Procesando...


EL INFORME DE BRODIE

La admiración es insaciable: rara vez nos basta que un escritor nos haya dado una colección de obras admirables. Queremos, además, que cada publicación nos traiga una emoción inédita. Pero, a pesar de que exigimos que el escritor alimente nuestro asombro, no le perdonamos que se aparte de la imagen que de él tenemos. Cuando las nuevas páginas parecen quebrantar en exceso las figuras anteriores, surge el desconcierto o la protesta. Paradoja insoluble: el escritor debe renovarse sin pausa, pero manteniéndose fiel a los esquemas que nuestra admiración ha construido.

"El informe de Brodie" es un estímulo preciso de estas reacciones contradictorias. A primera lectura, como se ha apresurado a proclamarlo la crítica periodística, nos encontramos con un Borges diferente. El propio autor, con la ironía indispensable, lo reconoce en el "Prólogo". Algún conocimiento de Borges me autoriza, pienso, a precisar en qué consiste esta novedad y, lo que es más importante, a situar este volumen en el conjunto de una compleja trayectoria literaria.

Son once cuentos, cuyo laconismo deliberado Borges destaca. Lo hace con una referencia a Kipling, quien en su juventud escribió también esta suerte de relatos simplificados y accesibles. Ni lo uno ni lo otro encierran sorpresa. Ya en "El jardín de senderos que se bifurcan" (1941) declaraba Borges: "Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos". Lo otro, la referencia a Kipling, la mención de un nombre ilustre como antecedente de la propia invención o el propio pensamiento es un recurso tan típico de Borges que documentarlo sería una pedantería. Sin embargo, esta brevedad de ahora, aunque no desmiente la convicción profesada durante años, asume algunos matices que conviene poner en claro.

La brevedad elaborada de "El informe de Brodie" obedece, en efecto, a razones más profundas que las declaradas hace treinta años. No se trata solamente de un principio de economía intelectual, sino que arraiga en una de las aspiraciones más intensas de Borges: la aproximación de la palabra escrita a la fisonomía de la palabra oral. El principio que rige estos nuevos cuentos de Borges es que son, estrictamente, relatos. Sucesos asombrosos o de posibilidad asombrosa, importan menos que su versión en alguien que los cuenta. La importancia de la voz es mayor que la materia narrada. Mejor dicho, la personalidad del narrador es el ingrediente capital del cuento y sólo a través de ella el cuento despliega sus verdaderas cualidades.

Cada hombre, cree Borges, consiste en una serie de actos que están presididos por un destino. Este puede ser magnífico o modesto, insólito o trivial. Lo decisivo está en que el elenco de arquetipos no es infinito. Como en el universo platónico, unas cuantas ideas dan razón de las singularidades y éstas son su reflejo imperfecto. Comprender a un hombre en su singularidad es tarea imposible. Sólo cabe indagar en los hechos que componen su vida, la cifra o arquetipo de su destino, y colocar cada versión como un caso en que la forma inteligible se encarna.

Estas convicciones aparecen en obras tempranas. Por ejemplo, "Hombre de la esquina rosada". Conviene la cita ahora, en que "El informe de Brodie" nos da en plenitud lo que aquellas páginas juveniles buscaban y entreveían. "Me tocó una compañera muy seguidora que iba como adivinándome la intención. El tango hacía su voluntá con nosotros y nos arriaba y nos perdía y nos ordenaba y nos volvía a encontrar...Al rato llamaron a la puerta con autoridad...El hombre era parecido a la voz".

La voz revela al hombre todavía invisible. Pero el relato nos llega a través de otra voz y es en ésta donde la historia adquiere sus dimensiones cabales. El relato consiste, ante todo, en un tono y un ritmo. En estos elementos sonoros está su expectativa y su dramatismo mucho más que en la anécdota arrabalera de música, alcohol y cuchillo. En el libro que ahora comentamos, Borges aplica con rigor esta teoría reveladora de la palabra. Leídos por interés de su trama, los cuentos de "El informe de Brodie" acaso defrauden un poco. Leídos y oídos para inquirir de verdad quién es el personaje que cuenta, nos deparan una experiencia de intensidad impresionante.

Borges ha reducido al mínimo los ingredientes que los lectores reconocen como obsesivamente suyos y que tantas veces han servido para plagiarlo y remedarlo. "He renunciado -nos dice en el "Prólogo"- a las sorpresas de un estilo barroco; también a las que quiere deparar un final imprevisto...La ya avanzada edad me ha enseñado la resignación de ser Borges".

La resignación de ser Borges consiste en elevar a procedimiento literario la convicción de que toda realidad es a la vez misteriosa y desdeñable. Algunos de los cuentos de "El informe de Brodie" admiten una proyección fantástica. Por ejemplo, un cuchillo mantiene la valentía que tuvo en manos de su dueño ya muerto y habilita otra mano para conquistar nuevas muertes.

El lúcido constructor de laberintos prefiere presentarse ahora como un narrador popular que ni ofrece ni pide explicaciones a su auditorio. El cuento se conforma con ocupar algunos minutos de nuestra vida, aspira a incorporarse a ella y, a su turno, a que nosotros lo repitamos sin preocuparnos demasiado de la literalidad de la versión. Cansado de las servidumbres de la palabra escrita, quiere que sus cuentos sean devueltos a la voz: que los tomemos como una versión pasajera en una serie infinita de versiones posibles.

Cabe señalar, al final de estas notas apresuradas, que el resultado es admirable. Los cuentos de este libro fluyen con una soltura perfecta. Sin estridencias localistas, sin patrioterismos lingüísticos, son una muestra desde ahora inomitible de una de las hablas argentinas.